martes, junio 20, 2006

El negocio del cine en la Argentina

Evolución del cine argentino como negocio

La República Argentina es un país con una larga tradición audiovisual. Tuvimos daguerrotipos a los pocos meses que se pusieran a la venta en París. Lo mismo ocurrió con las cámaras cinematográficas y los fonógrafos.

Desde 1940 y hasta 1966 la Argentina competía con Hollywood por el mercado Latinoamericano. Temáticas similares, con excelentes actores y actrices que hablaban en castellano. En el cine, el tango de Carlos Gardel precede a la discografía. Colombia, Cuba, México y Venezuela no son países linderos a la Argentina y no obstante ello hay hilos virtuales que los unen a nuestra cultura a través del cine. Lo mismo ocurre en la Argentina con relación al cine mexicano. La Argentina fue el primer país de América Latina en tener una Escuela Superior de Cinematografía en la Universidad Nacional de La Plata. Le siguieron Santa Fe y hasta una Escuela Municipal de Cine en la ciudad de Avellaneda. También fuimos los primeros en tener un Instituto de Cine como agencia oficial de promoción y fomento.


La década de los 60 estuvo signada por las grandes pérdidas para la Argentina. La primera fue la democracia con la consecuencia inmediata de la conculcación de las libertades individuales y de expresión. El cine comienza a ser censurado férreamente. Los dictadores militares obedecen a las instrucciones geopolíticas que se les imparten desde la “Escuela (militar) de la Américas” en la Zona del Canal en Panamá. Desde esa “Escuela” salieron la mayor parte de los dictadores y torturadores de nuestro continente. El cine no fue ajeno a ello. Mientras Hollywood se desperezaba y se deshacía de las mordazas, para el cine Argentino las ataduras fueron tan fuertes que la producción cayó a niveles que ya no podían competir con los estudios hegemónicos.


Democracias débiles y dictaduras crueles se alternaron hasta 1983. En ese momento se producían apenas un puñado de películas argentinas, muy lejos de las 80 ó 100 producciones anuales de la década de los 50. Luego de la vuelta de la democracia real, el cine argentino se levanta de su lecho agonizante y comienza a funcionar de nuevo: diezmado, sin recursos, sin personal especializado, con sus Escuelas y Facultades cerradas.


Poco a poco el Cine Argentino vuelve a tomar ritmo. Como otras artes, es imposible olvidar lo aprendido. El Instituto de Cine se debate ante las políticas de ajuste impuestas siempre por el Fondo Monetario Internacional. Siempre existió entre los argentinos, la sospecha que el ajuste sobre la oficina de regulación y fomento del Cine Argentino era planificado para no permitir la reaparición de nuestro cine como competidor de los estudios hegemónicos.


Paradójicamente, el mismo país que trataba de sofocar a nuestro cine, con la distribución y la exhibición monopolizadas y excluyentes, es el que nos vende tecnologías emergentes de alternativa. Los sistemas digitales de registro, edición, postproducción, traslado de soporte magnético a soportes ópticos, sistema de creación de bandas sonoras y exhibición electrónica, hacen que más gente acceda a tecnologías cuyos costos tienden a “cero” en forma permanente. En pocas palabras, se democratiza una tecnología con la que se puede realizar obras cinematográficas que son combatidas comercialmente por coterráneos de los mismos comercializadores de tales tecnologías.


Las pequeñas empresas de producción argentinas demuestran que siguen sintiendo una pasión irrefrenable por el cine y las expresiones audiovisuales. Las cinco producciones realizadas y estrenadas en 1983 se convirtieron en 55 en 2003 y se estima que el mismo año la producción total de estrenadas y no estrenadas llegó a un total de 88 largometrajes. En la Argentina hay más de 12.000 alumnos de cine y diversos medios audiovisuales.


Las cámaras digitales son una herramienta simple y relativamente barata para producir. El negativo fílmico, en paso reducido, es otra alternativa válida, para nuestros pequeños productores, pero todas conducen a lo mismo: producir cine con identidad propia. No siempre los resultados acompañan a los esfuerzos. En las pequeñas empresas hay desconocimiento de toda la etapa intermedia, que va desde la filmación o registro hasta la exhibición. En esa etapa hay una serie de procesos poco conocidos por las pequeños productoras.


Ninguna de las escuelas reabiertas luego de la dictadura, las enseñan. Es una tecnología que está al alcance de las grandes empresas productoras que tienen buenas relaciones con la distribución y la exhibición hegemónicas de los Estados Unidos. Necesitamos democratizar la post-producción de la misma forma que se democratizó la filmación o el registro. Luego, más adelante haremos lo propio con la exhibición.


La postproducción encierra una serie de procesos complejos donde la calidad es un punto clave. Sin las pautas para determinar la calidad, no puede haber cine comercializable. El intermedio digital, el paso de archivos digitales a imágenes ópticas, el diseño de bandas de sonido de excelencia son las cuestiones fundamentales para el cine argentino independiente.


Como decíamos antes, la distribución del cine argentino colapsó a causa de los contenidos intrascendentes de las películas impuestos por la censura previa. Nos quedamos sin distribuidores internacionales. Hoy los pequeños emprendimientos de realizadores y productores argentinos no saben como vender sus productos al mundo. El panorama se vuelve tanto más complejo con Europa por sus regulaciones comunitarias que se desconocen. No saben cómo acceder al crédito, coproducir ni vender. Son meramente pequeñas empresas locales. En ello reside nuestra necesidad de aprender.


¿Por qué Europa?

Habría que ser muy ingenuo para pensar que Estados Unidos va a enseñarnos sus secretos de cómo realizar la postproducción o cómo distribuir eficientemente. Por otra parte el cine argentino independiente abrevó de los grandes maestros europeos. El Neorrealismo Italiano, la Nouvelle Vague francesa, Bergman en Suecia, el cine danés y el polaco encuentran siempre su público fuera de Europa en la Argentina. No es difícil de entender por qué los cineastas argentinos tomaron sus modos del cine europeo mucho más que del americano. Existen cuestiones previas de identidad, de modos de pensar y de concebir la vida, comunes a Europa y la Argentina. De hecho la Argentina fue construida por europeos emigrados y ahora sus hijos y nietos la filman.


Europa puede encontrar en la Argentina un set gigante de filmación: llanuras interminables, desiertos similares a los de África y Asia; selvas impenetrables como las del Sudeste Asiático o las de Centroamérica; desiertos de piedra, ríos caudalosos y montañas que no tienen ni vestigios de la mano del hombre. También tiene ciudades que se pueden “vestir” de Londres, París, Madrid o Sevilla del Siglo XVIII. Hay pueblos que podrían haber sido México, Irlanda o Gales en el Siglo XIX. La gente es de origen europeo y sus rasgos pueden ser de cualquier país de Europa. Los actores y actrices son excelentes. Los técnicos de realización y producción están al mismo nivel que cualquiera del mundo, con la particularidad de que trabajan muy rápido y eficientemente. Solucionar problemas (hasta con las técnicas más insólitas) es una especialidad muy argentina. Podemos ofrecerles lugares inigualables, con excelentes técnicos, actores maravillosos en un ambiente cordial y que es muy seguro en comparación con el resto de América Latina. La sanidad es muy buena, la hotelería es aceptable y va mejorando con la afluencia de nuevos turistas. Las comunicaciones son excelentes y los accesos camineros cubren la vastedad del territorio. Argentina es un buen lugar donde producir y realizar. Los productos filmográficos y audiovisuales argentinos son una opción para la coproducción porque tenemos muchas cosas que contar en lugares poco conocidos.


La Argentina tiene situaciones y lugares desconocidos para los europeos. Los argentinos pensamos de un modo más parecido al de Europa que al de los norteamericanos. En cuestiones de cine nos aquejan los mismos problemas: la distribución hegemónica. Producir en la Argentina es más barato que en los Estados Unidos y en Europa. La comida es excelente y las mujeres bellísimas.


Los argentinos hemos visto ondear la bandera americana en cuanta película de ese origen se exhibe. Antes, el francés nos resultaba familiar y aprendimos a entender el italiano en el cine, el inglés del Reino Unido nos sonaba mejor que el americano. Veíamos y deseábamos los autos europeos hasta el punto que ninguna terminal fabrica o comercializa modelos de automóviles americanos en la Argentina. Cuando veíamos cine europeo entendíamos a Europa. Una coproducción es considerada una producción nacional argentina, por lo que puede recibir fomento y tiene su cuota de exhibición de pantalla en la Argentina. Europa en el Siglo XXI puede usar a la Argentina como puerta de entrada a Latinoamérica como lo hizo en los años 60.


Estos cursos pueden ser el inicio de la oportunidad que los argentinos giren su cabeza en dirección a Europa nuevamente.

Jorge Ricaldoni

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